Pocas veces me ha ocurrido que tras acabar un libro he sentido la necesidad de volverlo a leer, y con La palabra al desnudo me ha ocurrido. cuando pasé la última página no me lo creía, lo leía en mi ebook y di repetidamente varias veces al botón "siguiente" para ver que no, que ya había terminado. No me lo creía, quería más.
voy a copiar algunos párrafos que compartí con un amigo que le gusta escribir y otro que habla como, a los que nos gusta, desde adolescente, escribir nuestro diario, escribirlos.
"Escribimos para las voces que nos nombran, para los ojos que nos miran, para los oídos que nos escuchan, para las manos que nos tocan. Visto así, ningún texto se pierde y todo texto nace para algo y para alguien."
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“El elogio de la lectura es un acto de gratitud. Todo escritor ha sido un buen lector”. La escritora mexicana Carmen Villoro deja esta reflexión breve y poderosa en su análisis sobre Elogio del libro,[1] obra de Jorge Esquinca, poeta del mismo origen.[2] En esas frases se sintetiza el ciclo fecundante de la palabra. Quien lee está habilitado para escribir. Ha ingresado en otros mundos, ha recorrido otros pensamientos, ha transitado, aunque no lo sepa o no repare en ello, la empatía. Quien lee bebe de una fuente inagotable de palabras, accede a nuevos significados de ellas. En quien lee, la lectura dispara una idea, abre una pregunta porque cada palabra ilumina una imagen. Quien lee conoce otras vidas y las conoce tanto como si fueran la propia, como si las hubiera vivido, con todo el dolor, la alegría, la esperanza y la angustia que eso supone. Quien lee nunca está solo, ...
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Es importante elegir con cuidado el soporte (cuaderno, libreta, etcétera) en el que se llevarán los textos; debe ser agradable a la vista y al tacto, allí depositaremos nuestro más preciado capital emocional; lo mismo vale para la herramienta (bolígrafo, lápiz) que usaremos. Nada de esto es caprichoso; el contacto de ojos y manos con el papel y la herramienta con la que plasmaremos nuestros textos empiezan a producir la conexión entre mente y cuerpo que se prolongará en la forma y el contenido de la escritura. Del mismo modo, debemos encontrar un lugar que nos resulte cómodo, acogedor e inspirador, ya se trate del espacio de la casa en el que cumpliremos el ritual o acaso de un bar al que nos gusta ir a tomar un café y refugiarnos a pensar, leer o, en este caso, escribir. Estamos permanentemente conectados con nuestro ambiente y este, aunque no nos detengamos a pensarlo así, influye en nuestros estados de ánimo; a menudo lo que es un estado de irritación o inquietud comenzó en una persistente incomodidad física o ambiental.
Dese la mano al corazón
Después de treinta y cinco años dedicado al tema, Pennebaker puede decir: “Con el tiempo y la ayuda de decenas de investigaciones que, desde entonces, se realizaron en el mundo entero, hoy sabemos que la escritura expresiva provoca una serie de efectos en cascada sobre la salud física: estimula la protección inmunológica, relaja y mejora la calidad del sueño, ayuda a controlar la presión arterial, reduce el consumo de alcohol y fármacos. Además, reordena el pensamiento, promueve la conexión con los otros y disminuye las crisis depresivas. Parece mágico.”[1] ¿Lo es? No en cuanto se comprende el mecanismo. Pennebaker comprobó que escribir modifica el mundo interno, permite ordenar de otra manera los episodios recogidos por la memoria y la emoción y, a menudo, darles una nueva perspectiva y una más profunda comprensión. Mónica Bruder, psicóloga argentina que trabaja con las propuestas de Pennebaker, ha comprobado efectos similares. Y recuerda que este tipo de escritura no requiere un conocimiento previo de preceptiva literaria ni de reglas sobre el relato. “Cuando escribimos, liberamos lo que llevamos dentro, explica. Hay un desbloqueo emocional intenso, en el que se comprometen el pensamiento, la emoción y la palabra escrita. Así, descubrimos lo inconsciente, revertimos miedos, descubrimos las causas de tantos dolores, sufrimiento y limitaciones.”[2]
De alguna manera se trata de regresar al antiguo y siempre eficaz refugio del diario personal, en el cual podemos mirarnos, a través de las palabras, en un honesto y revelador espejo de nuestra más profunda interioridad. Personalmente llevo un diario de ese tipo desde mi adolescencia hasta hoy; y aproximarme a él no solo me ha producido alivio, comprensión, serenidad y autoafirmación en momentos especiales o difíciles, sino que es conmovedor poder releer lo que se ha escrito de puño y letra años atrás y verse a uno mismo en perspectiva, entender cómo evolucionamos aun desde las situaciones más difíciles e incomprensibles, hasta entender de qué trataban y qué podíamos aprender de ellas. Esas lecturas nos recuerdan también los recursos existenciales de los que disponemos y que tantas veces olvidamos, hasta que los ponemos en juego. Por fin este registro escrito de nuestra propia vida nos permite vernos desde un lugar privilegiado. El de espectadores de una historia de la cual somos protagonistas.
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Y así como es necesario prestar atención y dedicación a la cuestión de los soportes, espacios e instrumentos, es importante elegir y respetar el tiempo de la escritura. Si respetamos nuestro tiempo de comer, de descansar, de asearnos, ¿por qué no hemos de hacerlo con el que dedicaremos a este ejercicio personal e íntimo? No importa cuánto será ese tiempo; debe ser un lapso posible, que no sintamos como un penoso deber sino como un momento que nos dedicamos y que forma parte del modo en que nos cuidamos. Si tenemos quince minutos diarios, una hora semanal, media hora al final de cada día o lo que podamos o decidamos, tiene que ser un tiempo sin interrupciones, un tiempo no marginal sino central mientras transcurre. Respetar ese tiempo es una manera asertiva de respetarnos. Hay que señalar que no se trata de un tiempo productivo, no es obligatorio que, sí o sí, escribamos; puede ocurrir que la página quede en blanco, sin embargo habremos estado conectados con nosotros mismos, vueltos hacia nuestras sensaciones y sentimientos. Esto es lo que cuenta, pues hay una secuencia importante del proceso de escritura, de conexión con la palabra, que no se traduce necesariamente en un texto, sino que es un período de incubación
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