Entre las urbanizaciones de Matalascañas y Mazagón existe, a lo largo de su costa, un acantilado de arena que alcanza alturas superiores a los 100 metros como es el caso del lugar llamado El Asperillo, del que ya hablé en mi anterior entrada y que está formado por dunas que, en su movimiento por el viento, van tragando los pinos que en su camino se encuentra; muchas veces he ido de excursión por la zona; recuerdo que con mi hermano, salíamos de casa, subíamos a la primera duna de arena, mirábamos al horizonte y buscábamos otra duna más grande como objetivo para escalar; así entre malezas, hierbas y sorteando arbustos llegábamos a su cima para buscar otra duna más alta todavía desde donde disfrutar de las vistas; cuando nos cansábamos de tanto subir y bajar intentábamos llegar a la orilla de la playa, para así volver a casa más recto, llano y rápido, pero nunca era fácil bajar el precipicio del acantilado, si no llega a ser porque en algún punto encontrábamos unas milagrosas cuerdas por las que descender, tendríamos que repetir el camino de regreso ya muy cansados.
El caso es que hace unos días, mientras leía en la orilla en una zona muy tranquila donde voy y cerca de una de las zonas más altas del acantilado, observé dos chicos que subían a rastras por él, digo "a rastras" porque es la forma más fácil de subir ya que, si lo haces solo con los pies, a medida que vas dando pasos en la arena resbaladiza, éstos se van hundiendo y retrocediendo las pisadas y el truco consiste en apoyarse con manos y brazos para distribuir el peso del cuerpo entre las cuatro extremidades y así hundirse menos, avanzando más. Decía que observando a estos chavales, pude ver que aunque agarraron alguna trozo de cuerda que había por allí, al ver que estaba suelta o deshecha, la despreciaron tirándola con desgano a un lado intentando seguir su camino de subida. Entonces se me ocurrió hacer algo, y fue ver en que manera podría contribuir a conservar esas cuerdas que tanto me ayudaron cuando lo necesitaba en otros tiempos, y quién sabe, también me pueden salvar más de una ocasión no despeñarme por aquellas alturas.
De camino de vuelta encontré la solución, había tirada en la arena y en grandes bolsas de basura muchos trozos de cuerda de aproximadamente un par de metros las más grandes con las que me propuse unirlas y al día siguiente colocarlas en aquella duna. Las fui recogiendo y haciendo madejas.
Ya en casa miré en Internet cual sería el nudo más apropiado para atar dos cabos y descubrí que era el "nudo de pescador"
Y me puse a atarlas hasta que se me acabaron las cuerdas; las metí en una bolsa dentro de la mochila y ayer me fui a la misión.
Menos mal que el día estaba fresquito, porque no contaba que tenia que subir con todas las cuerdas a la cima, tuve que hacer un par de paradas para respirar. Al llegar arriba descubrí el otro lado de la antigua cuerda suelta y tenía otro problema ¿Donde atarlas? lo más próximo eran matas de arbustos, aunque a lo lejos descubrí un pino bastante sólido y metros de cuerda me sobraban para alcanzarlo; a por él me fui.
Quedó bastante segura pero, pensándolo mejor, tuve que desechar la idea, la cuerda quedaba muy alta y en cuanto se tiraba por el otro lado, se levantaba mucho, con el peligro de que si pasaba una persona por el camino, incluso un caballo como pude ver por las pisadas sería un peligro.
Al final, como había cuerda de sobra, até a dos raices y las uní en forma de V, así en el caso de que se rompiera una cuerda o una rama, por algún sitio se mantendría tensa.
Y listo, este es el resultado mientras bajaba e iba soltando lastre.